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Hacia un pensar tecnológico

Mi profesión, la cual disfruto mucho, tiene una relación muy estrecha con la actividad de diseñar, y tal actividad guarda relación con la acción de designar, más allá del curioso juego en sus letras en inglés. Al diseñar señalo el propósito del todo y de sus partes al evolucionar la emergente existencia del objeto bajo diseño, ya sea este objeto un lúdico producto personal para entretenimiento de mi familia o un sistema distribuido como base para una solución empresarial. Mi profesión es la formulación de soluciones técnicas basadas en el procesamiento digital de información; es decir, soy un programador de computadoras. Un querido amigo —aspirante, como yo, a programador profesional— acuñó un enunciado que suelo usar: creación de soluciones de negocio basadas en software. El cual sirve para distinguir mi profesión de otras interpretaciones en boga.

Uno de los aspectos más importantes de la palabra software se puede traducir simplemente con la palabra: lógica. Claro que una expresión más amplia y profunda estaría relacionada con el pensamiento de la matemática discreta y la lógica computacional derivada del esfuerzo teórico de Alan Turing y el trabajo teórico-práctico de muchos otros finos maestros programadores a lo largo de la breve historia que tienen las computadoras en la Humanidad. Si con esa breve historia la computadora nos ha llevado a la revolución informática actual entonces es justificado extrapolar que los efectos de tal revolución en el futuro simplemente nos parecerían ahora —si los conociéramos con antelación— como la más pura y alocada ciencia ficción.

Otro término necesariamente relacionado con la palabra software es hardware, el cual representa el substrato físico de la lógica mencionada en el párrafo anterior. Una expresión más amplia y profunda estaría relacionada con la física cuántica de Werner Heisenberg, Max Planck, Erwin Schrödinger, y otros no menos finos maestros científicos cuyo esfuerzo teórico derivó en la teoría de los semiconductores eléctricos y en el transistor electrónico que sustenta la revolución informática en curso.

En mi búsqueda personal por escapar del analfabetismo científico y filosófico —asumo que tal búsqueda no está destinada al fracaso por tener tullido el cerebro debido a los dogmatismos imperantes desde mi infancia— observo al ejercicio de la filosofía tecnológica como un paso necesario no sólo para designar mejor el propósito de mis creaciones tecnológicas sino también para pensar acerca de los efectos de esas creaciones en la sociedad.

En filosofía de la tecnología se disciernen cuestiones relacionadas con el papel que los productos de la técnica pueden o deben jugar con respecto a los propósitos humanos. Por ejemplo, ¿el desarrollo tecnológico debe obedecer principalmente a intereses económicos o debe obedecer primero al desarrollo humano per se? ¿La técnica debe ampliar la ya garrafal brecha entre el así llamado Primer Mundo y el Tercer Mundo en cuanto a los niveles de analfabetismo científico y filosófico, o debe reducirla? ¿Cómo debe modificar nuestra conducta una observación como la de Nicholas Carr en su publicación acerca de los efectos de Internet sobre nuestra capacidad de concentrarnos profundamente y ser capaces de mantener nuestra atención en el desarrollo de un tema relevante? (ver: «Internet erosiona el pensamiento profundo»). Antes que Carr, ya Mario Bunge recordaba que más información no es igual a más conocimiento (ver: ¿Infoadicción?).